El séptimo día, el sábado, Dios cesó toda la labor que había hecho (cfr. Gén 2,2). Jesucristo, cuando "apuntaba el sábado" (Lc 23,54) es descolgado de la cruz: ha cumplido toda la obra que debia llevar a cabo durante su vida terrena y descansa en el sueño de la muerte. Cristo está marcado por los azotes, su costado traspasado, "sus pies y sus manos perforados": es la debilidad de Dios, su respuesta frente a cada sufrimiento y cualquier forma de mal.
Este cuerpo inmolado está circundado por una profunda piedad: San Juan besa su mano; José de Arimatea, de pie, se vuelve hacia Cristo; Nicodemo, inclinándose completamente ante el Señor, abraza sus pies.
La Virgen recibe en su seno la cabeza de Jesús y le apoya su rostro con maternal ternura: los dos se entrelazan en un solo acto de amor. María expresa un dolor mesurado y sereno. Ella es la única con los ojos abiertos: mira al cielo, la suya es una mirada de fe que se eleva hasta el Padre.
Detrás de ella, un grupo de mujeres piadosas desconsoladas, representa el drama de la humanidad ante los interrogantes planteados por el sufrimiento, la injusticia y la muerte. Abandonada delante de la piedra sepulcral, la sábana que envolverá el cuerpo de Jesús es ya un anuncio de su resurrección.Elemento central y eminente de todo el icono es la cruz desnuda y negra, que simboliza la muerte de Cristo. Según la tradición, representa la invitación a todo cristiano de subir a ella. La cruz nos espera a cada uno de nosotros para que podamos seguir las huellas del Siervo. Dios la ha preparado como un altar donde el cristiano, alter Christus (otro Cristo), anuncie el Misterio Pascual a cada hombre.