El icono es sobrio y esencial. Presenta a Cristo en la cruz y a su lado la Virgen María y san Juan, testigos amorosos del misterio, herederos de las últimas palabras del testamento de Jesús a su Iglesia. A veces a este grupo se añade el centurión, junto a Juan, y las mujeres seguidoras de Cristo, junto a la Virgen Madre. Con frecuencia en la parte superior, a ambos lados de la cruz, se encuentran ángeles en vuelo que llevan los instrumentos de la pasión.
La escena está captada en el monte Calvario, indicado apenas con un pequeño monticulo sobre el que está erigida la cruz. En la base de esta cavidad hay un espacio oscuro y dentro vemos una calavera que nos muestra lo que está invisible, escondido. El polvo del primer hombre, Adán, simbolizado por este cráneo, es bañado por la sangre que cae de los pies traspasados de Cristo, la sangre de la redención. Una tradición quiere identificar el lugar del Calvario con el lugar de la sepultura de Adán.
En uno de sus preciosos himnos san Efrén declara dichoso al mismo Gólgota diciendo: «Dichoso eres también tú, oh Gólgota! El cielo ha envidiado tu pequeñez. No vino la reconciliación cuando el Señor estuvo allá en el cielo. Sobre ti fue saldado nuestro débito. Partiendo de ti el ladrón abrió el Edén. Aquél que fue asesinado sobre ti me ha salvado». Se contempla también en perspectiva la ciudad santa de Jerusalén en la que Cristo ha sido condenado. La ciudad parece cercana, aunque Jesús ha sido crucificado fuera de sus murallas. Fijemos la atención en los tres personajes clave del icono que nos permiten entrar de lleno en el misterio que está ante nuestros ojos.
EL CRUCIFICADO
La cruz con el cuerpo de Cristo, se levanta de la tierra hacia el cielo. Es el puente que une la tierra con el reino del cielo. El hombre puede levantarse hacia este reino, hacia la eternidad, desde su condición de pecado terrenal, desde su vida de vanagloria y soberbia. Existe un himno de un autor anónimo del siglo II (llamado en el Camino Neocatecumenal "Himno a la Cruz Gloriosa") que dice de la cruz: «Su parte superior llega hasta el cielo, su parte inferior toca la tierra, sus brazos abiertos sobre la inmensidad, resisten a soplo de todos los vientos».
Y el propio Cristles el nuevo Adán: «Pues del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo. Pero cada cual en su rango: Cristo como primicias; luego los de Cristo..»
Clavado en la cruz, Cristo aparece ya en el momento en que ha entregado su espíritu al Padre. Ha cerrado los ojos. Ha completado todo lo que se había escrito de él en la Biblia. Aparece desnudo, porque se han sorteado sus vestidos. Él entra, desnudo, en el combate con las potencias del mal que, entrando en el alma de Adán le hicieron experimentar la vergüenza de su desnudez: «El era todo en todos, por doquierY mientras llenaba de sí el universo entero,se ha despojado de sus vestidos para trabar batalla con las potencias del mal.»(Himno a la Cruz Gloriosa)
Así, Cristo crucificado queda expuesto a las miradas de todos, en el culmen de su despojo y de su pobreza total. Ha expresado su sed de Dios, con el grito que ha salido de su corazón. Ha hecho resonar su plegaria al Padre rezando el salmo 21, cantado en la liturgia occidental del Viernes Santo: «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Ha dado la vida por sus amigos y en obediencia al Padre, obediente hasta la muerte y muerte de cruz.
Se ha dormido en la cruz orando, como había vivido siempre: en oración, en comunión con el Padre. Ahora su cuerpo está ahí, como signo de una entrega hasta la muerte, don supremo hecho en su carne: carne abierta en sus manos y en sus pies por los clavos, en su costado por la herida de la lanza. En algunos iconos del costado de Cristo salen como dos riachuelos de color blanco y rojo que quiere significar la sangre y el agua. La sangre que es signo de la vida, porque el ha dado la vida por los amigos. El agua que es signo del Espíritu, porque antes de expirar él ha entregado el Espíritu al Padre y a la Iglesia. En las pinturas medievales se presenta a la Virgen María en actitud de recoger en un cáliz el agua y la sangre del costado de Cristo, que los Padres de la Iglesia identifican como símbolos del Bautismo y de la Eucaristía. El Crucificado es siempre el Hijo de Dios vivo. La cabeza de Cristo se destaca sobre la aureola donde siempre se leen las letras griegas que quieren decir: «Yo soy el que soy». Él es Jesús, el Salvador; es Cristo, el Mesías.
EL ARBOL DE LA CRUZ