El ícono de la natividad representa no sólo la escena del nacimiento de Cristo sino una serie de hechos relacionados con la fiesta, enlazándolos unos con otros para aportar a la formación espiritual del creyente que ora frente a esta imagen. El icono contiene varios momentos de la narración evangélica, conformando así un evangelio expresado en formas y colores. Sin lugar a dudas, es la imagen central la que capta la atención del espectador y en ella se encuentra la Virgen con el niño en un pesebre. Las escenas secundarias muestran a los magos de viaje siguiendo la estrella, la anunciación a los pastores, la duda de José y el lavado del niño.
El prototipo del ícono que aquí representamos está atestiguado en obras de arte de los siglos cinco y seis aunque no llegará a su forma final hasta el siglo nueve, un siglo después de la iconoclasia. En tal período el ícono de la natividad comenzó a sintetizar el texto del condaquio de la fiesta de navidad:
“Hoy la Virgen da a luz al que supera toda esencia; y la tierra le ofrece una gruta a Aquel, a quien nadie puede acercarse. Los ángeles y los pastores le glorifican, y los magos guiados por la estrella vienen en camino. Hoy ha nacido para nosotros un Nuevo Niño que es el Dios Eterno.”
A los elementos mencionados en este condaquio se le han agregado algunas escenas inspiradas en escritos no bíblicos tales como el lavado del niño y la escena de la duda de José que fueron agregados en las esquinas inferiores del ícono indicando así su importancia secundaria por su procedencia exterior al canon bíblico.