Los apóstoles sentados forman un arco. Todos están en el mismo plano y son del mismo tamaño, es la armonía de la unidad, don del Espíritu Santo. Cada apóstol recibe personalmente una lengua de fuego pues el Espíritu Santo se da en modo único y personal a cada uno. Él es el que diversifica y hace a cada uno carismático, sin por ello crear un relativismo caótico. La unidad en la diversidad es sólo posible cuando el Espíritu Santo actúa.
El icono muestra el colegio de los doce apóstoles, signo de las doce tribus de Israel. A la derecha de la Virgen está San Pedro y a la izquierda San Pablo. Éste, como sabemos, no pertenece al colegio de los doce, pero por la magnitud e importancia de su obra de evangelización, es incluido por la tradición iconográfica entre los apóstoles. Cada apóstol tiene en su mano un rollo, simbolo de la predicación de la Buena Noticia.
El personaje vestido de rey, en la parte inferior del icono, no ha tenido en la tradición iconográfica un significado unívoco. En nuestro caso, el viejo rey es una imagen simbólica del cosmos, el mundo, que evoca el conjunto de pueblos y naciones. Está rodeado de un arco negro, signo de que el universo está prisionero del príncipe de este mundo y de la muerte. El cosmos tiene en sus manos un paño con doce rollos, símbolo de la predicación de los doce apóstoles y de la Iglesia.El lugar oscuro donde se encuentra el rey es llamado bema. En la tradición arquitectónica de las iglesias sirias y caldeas, encontramos un elemento del que hoy solo queda un vestigio: el ambón o bema en el centro de la Iglesia. Se trata de una tribuna con forma de herradura colocada en el centro de la iglesia frente al ábside donde está el altar. Aquí se desarrolla la liturgia de la Palabra.
Es el anuncio de Pedro en medio de Jerusalén, el testimonio de que la Palabra se hizo carne, la constatación de los testigos de que Cristo ha resucitado y se han cumplido las Escrituras. Durante el anuncio al mundo desde esta Jerusalén, simbólica-arquitectónica, los celebrantes tomaban asiento. El rey (después el sacerdote o diácono), en el centro del hemiciclo, que es el mundo, proclamaba la Palabra, puesto que él detenta el mandato celeste sobre la tierra.Pero también el rey tenía su modelo: no podía proclamar las lecturas de cualquier forma. Al rey se le representa como al rey David, con la necesidad de reconocer que estamos necesitados de la misericordia. Además resuena en la conciencia del creyente el deseo de muchos de haber conocido aquellos tiempos: «muchos profetas y justos desearon ver lo que veis y no lo vieron, y oir
lo que oís y no lo oyeron» (Mt 13, 17).En algunos casos, el rey es identificado con el profeta Joel. Para explicar esto volvemos a la liturgia. En efecto, en la gran víspera de Pentecostés, la segunda lectura del Antiguo Testamento recoge al profeta Joel cuando nos dice: «Después de todo esto, derramaré mi espíritu sobre toda carne, vuestros hijos e hijas profetizarán, vuestros ancianos tendrán sueños y vuestros jóvenes verán visiones» (JI 3, 1). Profecía ésta que fue expresamente mencionada por Pedro para justificar el comportamiento de los Apóstoles frente a los hombres de Judea y a todos aquellos que se encontraban en Jerusalén.
En la tradición occidental iconográfica, la Virgen aparece en el centro de los apóstoles. Su presencia recuerda las palabras de los Hechos: «Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y María, la madre de Jesús, y gon sus hermanos» (Hch 1, 14). No era, de hecho, posible que aquella que había recibido el Espíritu Santo en el momento de la concepción, no estuviese presente cuando el Espíritu Santo bajó sobre los apóstoles.
El icono de Pentecostés muestra también de esta manera el misterio del nacimiento espiritual del hombre.En la parte superior del icono están pintadas lateralmente dos casas, con torres simétricas y similares. Se quiere dar a entender que la escena se desarrolla en el piso alto del Cenáculo, donde tuvo lugar la Ultima Cena; de modo que la escena del don de las lenguas de fuego es don del sacramento de la unidad (la Iglesia nace de la eucaristia), que es sacramento de la caridad (la caridad de Cristo se hace carne y nosotros cristianos vamos del sacramento del cuerpo al sacramento del hermano).